Joaquín Sostoa
La política industrial ha sido fuente de intensos debates. Desde enfoques más liberales se sugiere que ni la industrialización ni el proteccionismo podrían liderar un proceso de desarrollo, basado en la idea de que el mercado sin trabas asignaría los recursos a los sectores más eficientes dada una dotación de factores y las ventajas comparativas estáticas de un determinado país.
En los enfoques clásicos estructuralistas, surgidos a mediados de la década de 1950, se consideraba a la industria manufacturera como sector líder para el crecimiento. Por una serie de características específicas de este sector, y ciertas observaciones empíricas, se creía que mientras más rápido creciera el sector manufacturero, más crecería el PIB. Dichas visiones se cristalizaron en políticas económicas proteccionistas, como la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) en América Latina, que, con sus luces y sombras, fueron abandonadas junto a cualquier intento de política industrial en la región.
Luego del abandono de las políticas industrialistas, y la aplicación de recetas más liberales, como el Consenso de Washington, devino un revival de visiones que ven con buenos ojos, teórica y empíricamente, el rol del Estado en el cambio estructural y el crecimiento económico, afirmando que las ventajas comparativas no eran “estáticas” sino “dinámicas”. Empíricamente, en entradas pasadas de este blog, analizamos el rol de la política industrial en los procesos exitosos de crecimiento y los cambios estructurales en las trayectorias de desarrollo.
Primero, se puede citar el enfoque de la “nueva economía estructural”, que trata de combinar ideas neoclásicas y estructuralistas. Esta escuela postula que el cambio estructural debe basarse en sectores consistentes con la ventaja comparativa del país determinada por su dotación de factores (UNCTAD, 2016). Estas firmas se volverían más competitivas y más capital intensivas. El error de las políticas productivas pasadas, afirman sus precursores, fue pretender producir bienes en actividades en la que aún no se tenían capacidades.
Otros autores, llamados “neo schumpeterianos”, se enfocan en el rol de la innovación y de las capacidades tecnológicas inter sectoriales. De este modo, los esfuerzos que realicen los países en investigación y desarrollo (I+D) serán claves en el grado de desarrollo económico, así como en la determinación de las corrientes del comercio internacional (Grossman y Helpman, 1992; Dosi et al, 1990) (UNCTAD, 2016). En esta misma línea, Mariana Mazzucato rescata el rol del “Estado emprendedor”, como un agente que asume riesgos y crea mercados en las misiones productivas. A diferencia de los enfoques anteriores, aquí las ventajas comparativas no se consideran dadas, sino que se crean.
Una síntesis entre el estructuralismo latinoamericano y el neoschumpeterianismo es formalizada bajo el pensamiento “neo estructuralista” (Schteingart, 2017). Desde esta visión es la industria manufacturera la que provee el combustible esencial para el cambio tecnológico. Las transformaciones basadas en recursos naturales a expensas de la industria manufacturera detuvieron la industrialización y ralentizaron el cambio tecnológico. Como políticas productivas, se sugieren mantener un tipo de cambio real competitivo, para evitar la “enfermedad holandesa” que resta competitividad a los sectores no tradicionales (Bresser-Pereira, 2007). Por otro lado, se deben solucionar las fallas de mercado que restringen la posibilidad de nuevas actividades. Esto se debe a muchas causas, dos de las cuales me gustaría destacar: las externalidades en materia de coordinación y las externalidades en materia de información (Rodrik, 2005).
Dentro del neo estructuralismo, (Cimoli & Porcile, 2015) resaltan la importancia de las políticas tecnológicas con el fin de aumentar la productividad de la industria, lo que me permitiría exportar productos con mayor valor agregado. Esto generaría un círculo virtuoso de mayor entrada de divisas, que permearía la restricción externa expansivamente, y un crecimiento continuo de la demanda.
En suma, los nuevos enfoques productivos poseen una visión más inter sectorial sobre qué actividades fomentar, enfatizando el contenido y avance tecnológico de la producción, lo que permite también considerar estrategias más aliadas al sector primario o terciario, sin dejar de lado el poder de la industria. Además, intentan balancear las políticas productivas generales con la estabilidad macroeconómica, el rol de las instituciones y los incentivos microeconómicos de los agentes.
Bibliografía
Bresser-Pereira, L. C. (2007). Estado y mercado en el nuevo desarrollismo. Revista Nueva Sociedad.
Cimoli, M., & Porcile, G. (2015). Productividad y cambio estructural: el estructuralismo y su diálogo con otras corrientes heterodoxas. En CEPAL, Neoestructuralismo y corrientes heterodoxas en América Latina y el Caribe a inicios del siglo XXI.
Rodrik, D. (2005). Políticas de diversificación económica. Revista de la CEPAL.
Schteingart, D. (2017). ESPECIALIZACIÓN PRODUCTIVA, CAPACIDADES TECNOLÓGICAS Y DESARROLLO ECONÓMICO: TRAYECTORIAS NACIONALES COMPARADAS Y ANÁLISIS DEL CASO NORUEGO DESDE MEDIADOS DEL SIGLO XX.
UNCTAD. (2016). Structural transformation and Industrial Policy.